Hace ya muchos años que por los inmensos mares de nuestro planeta azul surca los vientos un temido pirata bravo y egoísta. Este malvado se llama Juaneto Cara de Perro.

Cara de Perro tiene un navío extraordinariamente grande, tan gigantesco que en él podría vivir una ciudad completa con todas sus familias, parques y perros de compañía. Su buque se llama La Escafandra Negra y con ella y sus 100 tripulantes, viajaban continuamente buscando nuevos tesoros que encontrar.
En sus bodegas llevaba un tesoro incalculable. Anillos, coronas y collares. Brazaletes, copas de oro y platos con rubíes. Era inmensamente rico, pero era tan egoísta, que su tripulación hasta pasaba hambre.
-Juaneto, tenemos mucha hambre- les decía la tripulación, y él se reía a carcajadas.
-Pues si tanta hambre tienen, vayan a las bodegas y cómanse las ratas que campan a sus anchas por ahí- les gritaba mientras se reía con la boca abierta hasta el infinito.
Un día cayó en las manos de Cara Perro, el mapa de un tesoro escondido en lo más profundo de la selva de la isla Lubina, al Sur de las Islas Canarias, así que reunió a toda su tripulación y les gritó –¡Rumbo a la Lubina!-
Los marineros protestaban, sabían que el viaje era largo y el hambre ya no se podía aguantar, así que protestaron y protestaron, pero lo único que recibieron fue un desprecio muy grande por parte del pirata.
Llegaron a la isla Lubina y nada más tocar tierra, vieron unas inmensas palmeras llenas de cocos. Se fijaron muy bien, y en las rocas de la orilla encontraron lapas y burgados. Los marineros saltaron de alegría porque con semejantes manjares, el hambre desaparecería.
-¡Vamos tripulación, nos queda un largo camino por recorrer hasta encontrar el tesoro!- gritó el capitán, pero los marineros no se quisieron mover de la playa.
-¡Nada de eso! Aquí nos quedamos nosotros. Tenemos mucha hambre y vamos a comer lapas, burgados y cocos, así que márchate tu solo- Gritó uno de los piratas cabreado.
Juaneto Cara de Perro cogió el mapa del tesoro y se marchó refunfuñando. Siguió cada una de las instrucciones que le pedía el mapa, pero cada vez se sentía más solo.
Con cada paso que daba, se acordaba de sus amigos y, cuanto más andaba, más sedaba cuenta de que no les había tratado tan bien como ellos se merecían.
Cuando llegó al lugar donde estaba enterrado el tesoro, lejos de alegrarse y dar saltos, se sentó en la fría arena y se puso a llorar. ¿Para qué quería sus riquezas si no tenía con quién compartirlas? ¿Con quién celebraría el triunfo de esta victoria?
Echó a correr a la playa. A medida que se iba acercando, una sonrisa se dibujaba en su rostro. Al llegar, se encontró a los marineros sentaditos mirando hacia el suelo. Ellos también tenían pena por haber perdido al capitán.
-¡Chicos! ¡Están aquí! Perdonen ustedes mi mal comportamiento. Aunque sea un gruñón y algo despiadado, yo los quiero un montonazo, porque cada uno de ustedes, pertenecen a la gran familia de La Escafandra Negra. Prometo portarme bien y repartir los tesoros con todos ustedes, porque una riqueza sin amigos, es el más triste de los jardines.
Y desde aquel día, toda la tripulación de La Escafandra Negra, se convirtió en una verdadera familia, donde todos disfrutaban de cada uno de los tesoros que encontraban, pero sobre todo, del tesoro de la amistad.
Y colorín, colorado, Juaneto Cara de Perro por fin, se ha comportado.