Era solo una niña y ya soñaba con ver el mar. Soñaba con esos pequeños tesoros que guardaban el salitre y las olas. Buscaba siempre un ratito para estudiar los peces, conchas y estrellas de mar. La ilusión recorría cada centímetro de su piel pensando en el día en que por fin, sus padres la llevarían a ver el mar.

Nuestra pequeña marinera, contaba ya con 10 años y en su habitación había construido un auténtico palacio marino. Sus paredes estaban llenas de dibujos de corales, con pequeños peces de colores. Había ilustrado muy bien un gran pez napoleón, un ángel emperador y su favorito, un precioso pez mandarín que a todos llamaba la atención gracias a su espectacular colorido. Enmarcando la ventana, anémonas con cientos de peces payasos luchando por conquistar su espacio.

Un día decidió quitar las grandes cortinas que llevaba su ventana y, en su lugar, colgó redes de auténticos pescadores que su padre le trajo de un largo viaje que hizo por ciudades costeras.

Ella era feliz sumergida en su habitación.

Nuestra niña casi había cumplido los 15 años, pero aún no había visto el mar. La tristeza se apoderaba de ella y sus pequeños peces de colores, lloraban en silencio su amargura. Los rojos y azules brillantes, poco a poco se tornaban en marrones oscuros, las olas dibujadas en las paredes de su pequeño palacio de mar, se volvían grises. La tempestad habitaba en su refugio.

Ella dejó de comer, aunque el padre le jurara una y otra vez, que pronto verían por fin el mar. Ella palidecía.

El día de su cumpleaños, se encontraba débil en su cama. Algo extraño pasaba por su cuerpo. El doctor corrió a visitarla y, mientras estudiaba su cuerpo, encontró una pequeña mancha grisácea. Siguió auscultando a la pequeña y descubrió con asombro, que pequeñas escamas brillantes, comenzaban a invadir su cuerpo.

Nadie daba crédito a lo que allí ocurría. Nuestra niña, se estaba convirtiendo en una sirena.

Por fin, iba a conocer el mar, porque lejos de él, era incapaz de sobrevivir.

Ahora, si te fijas muy bien, desde la costa del Club de Mar Radazul, puedes verla bailar con las olas del Mar Atlántico de Tenerife, en las Islas Canarias.

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