Era un hombre serio, melancólico y algo desgarbado. El rostro enjuto y dedos afilados. Es su mano derecha, un ancla tatuada y en su frente, la tristeza del amor perdido.

Por la ventana miraba la mar. Cada mañana se alongaba para poder aspirar el aire del salitre, con él, llenaba sus pulmones de recuerdos lejanos. A pesar del dolor que sufría en su memoria, la sal le aliviaba el alma y el corazón.

Había perdido todo amor por la vida, le quedaba solo su ventana y las olas en el rompiente. No había mañana que le despertara de ese letargo. No había noche que sobrellevar sin el murmullo del océano.

Mucho tiempo atrás fue un apuesto marinero. Fumaba tabaco en su cachimba heredada de su abuelo y su rostro moreno lo llenaba de una salud infinita.

Viajaba por todo el mundo. Recorría cada puerto, cada playa y cada taberna. Los días en la mar eran duros, pero sus pies, ya acostumbrados,  prefería mucho más el vaivén de la cubierta que el suelo estático de tierra.

Una tarde llegó hasta una ciudad costera del norte de Europa y allí sus ojos descubrieron el ser más hermoso que poblaba la tierra… y el mar. Ninguna sirena podía acercarse a su hermosura. Y en breves segundos, el amor golpeó con fuerza su corazón.

Ella contaba con 19 años y la mirada más bella que jamás pudieras imaginar.

Ella contaba con 19 años y la mirada más bella que jamás pudieras imaginar. Desde que quedó huérfana, trabajaba vendiendo pescados en la lonja. Apenas tenía tiempo para sonreír. Pero en el momento que sus miradas se cruzaron, supo que todo cambiaría por fin.

Estaban de suerte. El barco quedaría atracado por varias semanas debido a los cambios de planes y las mejoras que en él se debían hacer y mientras, ellos pudieron jugar a enamorarse.

Llegado el momento, él quiso permanecer en tierra y quedarse con el amor eterno, pero cuando llegó el momento de partir, a la fuerza lo arrastraron desde su lecho a su cárcel de mar.

Ella, tras él salió corriendo. Tan rápido como le dio de si sus pies diminutos. Lloraba mar por sus mejillas y cuando llegó al puerto, se lanzó tras el barco de su amado.

Nadó contra la marea, contra las olas, contra el sol y el frío hasta quedar exhausta.

Las sirenas del mar, se apiadaron de su amor y acudieron a salvarla.

Ahora, nuestra joven, tan dulce y bella, se quedará con las sirenas en el fondo del frío mar, pero podrá acercarse a su amado tanto como su memoria sea capaz de retenerlo vivo.

De todos es sabido, que las sirenas olvidan rápidamente el amor vivido para protegerlas de ese sentimiento que comienza con deseo y termina descontrolado. Así que, antes de perder la conciencia de quien era, nadó en busca de su marinero hasta dar con el barco.

No dejes que el amor caiga en el olvido.

Ella le contó lo sucedido y le pidió, con lágrimas de sal en los ojos, que no permitiera que el olvido los separase. Así que él, para mantener a salvo tal promesa, consiguió enamorarla cada día para que ella no olvidara su amor eterno.

Los años pasaban y los amantes se encontraban cada noche en su barco, ella seguía la estela de su camino, él la buscaba en cada ola de mar. Ella seguí joven y dichosa, a él los días ya le pesaban y comenzó a envejecer.

Por muchas palabras de amor que él le recitara, por muchos regalos que él le hacía, la sirena terminó olvidando el gran amor que tuvieron un día.

Ella abandonó el barco y él por fin, dejó atrás el mar.

Ya viejo y cansado, solo tiene recuerdos para su amor y su mar, ella nada siguiendo la estela de la felicidad absoluta que un día por la falta de memoria, le regaló el olvido del amor.

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Cuentos para el Club de Mar Radazul. tenerife.